Tener identidad es ser idéntico a uno mismo.
Con virtudes, defectos, matices, incluso contradicciones, pero uno mismo al fin.
Por eso no podemos complacer a todo el mundo, porque hay aspectos de nuestra esencia que conectan y empatizan con algunos, pero no con todos.
Si intentamos complacer a todos, no somos uno idéntico a sí mismo, nos desdibujamos, no tenemos identidad.
Lo mismo sucede con las marcas.
Hubo una época en la que se creía que para tener éxito, una marca debía ser concebida en base a lo que la gente esperaba de ella. El enorme esfuerzo por complacer a todos, o al menos a la inmensa mayoría, más que acercarla al éxito la alejaba de su esencia. Hasta que entendimos la importancia del propósito.
Hoy vivimos en una era en la que las marcas se piensan desde adentro hacia afuera, desde el seno de la compañía hacia las personas.
Por eso es tan importante el propósito, porque define para qué viene una marca al mundo y desde allí se construye su esencia y su personalidad.
Cuando una marca tiene claro cuál es su propósito y sabe cómo traducirlo en productos, servicios, experiencias y contenidos, es idéntica a sí misma, única, inimitable.
Eso es lo que en Noble llamamos Singularidad.
Y lo consideramos la base del éxito de cualquier marca.
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